Cuidado lector, está usted a punto
de navegar por las páginas
de un libro ¡de amor! En pleno siglo XXI, en plena
crisis. Así,
sin epidural. Aun a sabiendas de que en este mundo feroz y
despiadado, inundado de terroristas tanto religiosos como financieros,
la poesía amorosa está mal vista. Salvo que lo que
venga
en hemistiquios sea precisamente lo contrario: el funesto cantar
al abandono y la soledad; el gorigori a todo lo que, efímero,
jamás podrá permanecer. Eso sí que goza de
gran prestigio entre
los lectores de poesía. No hay más que ver que,
de ese gran
poeta enamorado que fue Neruda, se recuerda y cita siempre
más su Canción desesperada que sus Veinte poemas
de amor.
Pero « Y MÁS ALLÁ DE MI VIDA»,
es un libro de amor
celebrado, habitado por versos optimistas, vitales, apolíneos
que son el testimonio del despertar del antiguo temor reverencial
de su autor, Jaime Alejandre, para avanzar hacia el paisaje
de la confianza en uno mismo y en el mundo por virtud del
amor; sobrecogedor amanecer que, como no puede ser menos,
se produce por la irrupción imparable de la Iluminación.
Raíz que busca la oscuridad,
loco estuve.
Hoy soy el tallo
que crece hacia la luz,
y por tu luz crece.
Llegó el día en que dejé
de pedir en los hoteles
cuartos que tuvieran buenas vistas.
Todo cuanto un día quise ver
va siempre conmigo a todas horas;
ilumina el paisaje al que mis ojos
tienden buscando el infinito.
Tú mi panorama, mi horizonte,
el mar cuando atardece,
la imagen de todas las postales
del mundo. Tú mi mundo.
Llegó el día en que dejé
de buscar el mejor sitio
en el cine, en el teatro.
Ningún asiento ya podía
ser bueno siquiera
si tú no estás sentada aquí
a mi lado, que es el lado
del sueño de las cosas.
El autor: JAIME ALEJANDRE
(Las Huelgas, Burgos. 1963).
Como escritor ha publicado una veintena de libros: las novelas
Fugu, Donde sea lejos, Hacia las sombras y El cumpleanos;
los libros de relatos El Alfabeto Matematico, Manual de Historia
Prescindible, Bulevares, El rencor, De entre las ruinas
y Cruentos; los libros de poesia Espectador de mi,
Palabras en desuso, Los Heroes Fatales, Autorretrato Postumo,
Los guerreros de terracota, Derrota de regreso, Lo que queda,
Vertigo Cotidiano (1979] 1981) y Los versos del
Capitan Jaime Alejandre (Antologia); las obras de teatro
Patera-Tierra y Casa con jardin; el libro
infantil Owane (la nina que cruzo el rio); y los calambures
Diccionario de NeoloQuismos. Ha sido traducido al arabe
y al aleman, editado en Braille y audiolibros e interpretado
en Lengua de Signos Espanola y tambien ha sido columnista de
prensa escrita en Espana y otros paises.
Como editor es socio de ediciones Evohe, codirige la coleccion
de libros de viaje El Periscopio y la de literatura
heterodoxa Intravagantes, y dirigio la coleccion
de poesia Hazversidades
poeticas en Cuadernos del Laberinto.
PRÓLOGO (Guinnevere A. Nash, PhD,
Kennicott University)
Cuidado lector, está usted a punto
de navegar por las páginas de un libro ¡de
amor! En pleno siglo xxi, en plena crisis. Así, sin epidural.
Aun a sabiendas de que en este mundo feroz y despiadado, inundado
de terroristas tanto religiosos como financieros, la poesía
amorosa está mal vista. Salvo que lo que venga en hemistiquios
sea precisamente lo contrario: el funesto cantar al abandono y
la soledad; el gorigori a todo lo que, efímero, jamás
podrá permanecer. Eso sí que goza de gran prestigio
entre los lectores de poesía. No hay más que ver
que, de ese gran poeta enamorado que fue Neruda, se recuerda y
cita siempre más su Canción desesperada que sus
Veinte poemas de amor.
También Pessoa decía que todas las cartas de amor
(si hay amor) son, tienen que ser, ridículas; y que todos
los sentimientos esdrújulos son naturalmente ridículos.
Pero hoy parece que el escritor Jaime Alejandre ha decidido hacer
de su propia biografía luz y espejo y hablarnos por fin
de sentimientos y emociones que no anidan en su muy transitada
soledad sino en la entrega al otro, al ser amado.
Se diría que Alejandre ha decidido que en su vida ya ha
tenido suficiente, si no demasiada, dosis del muy hispánico
sentimiento trágico de la existencia y, dispuesto a hacer
de la honradez material lírico, nos regala la compleja
simplicidad por la que los hombres y mujeres se ofrecen unos a
otros la única alcanzable eternidad que no es puro fraude:
el amor.
Sí, en todo ser humano enamorado late la compulsión
de la eternidad. Y está bien que así sea. Nadie
podía asegurarle entonces a Petrarca ni a Dante que sus
Laura y Beatriz serían inmortales. Pero ambos sintieron
esa pulsión que nos recuerda Stephan Zweig: «el
amor, conforme a su esencia más íntima, aspira siempre
a lo infinito, todo lo limitado le resulta odioso e insoportable.
En toda inhibición y en toda represión del otro
sospecha una resistencia y en toda falta de correspondencia ve,
con razón, una defensa oculta».
Volvamos a Pessoa y honremos la ventura de Alejandre dándonos
la necesaria y salvífica ridiculez del amor. Y reconozcamos,
con el poeta de los heterónimos, que, en el fondo, daríamos
cualquier cosa por que alguien nos devolviera al tiempo en que
escribíamos, sin darnos cuenta, cartas de amor ridículas.
Definitivamente. « Al fin y al cabo, / sólo
las criaturas que nunca escribieron cartas de amor / sí
que son / ridículas ».
En efecto, a la luz (y a la sombra, precisamente) de la obra de
Alejandre diríamos que nuestro autor superó con
alguno de sus poemarios inmediatamente anteriores el misterio
de su propio ser. Y hoy con su « y más allá
de mi vida» trasciende al fin lo que él venía
denominando su serie del «heroísmo cotidiano»
(serie compuesta por el viaje de ida al descubrimiento del mundo;
el de regreso a la búsqueda del yo; y el vencimiento de
la parálisis espiritual ante el hecho abrumador e insoslayable
de la muerte la diaria del tedio y la definitiva del no
ser; en fin, los temas que componen el ideario de su trilogía
Heroísmo compuesta por Los guerreros de terracota, Derrota
de regreso y Lo que queda). Ahora, construido a sí mismo,
firme en el estoicismo del que ha conseguido conocer y no siente
temor pese a ello, le queda a Alejandre el arrebato de la serenidad
donde la más alta empresa posible para él ya es
la del Amor.
Y como nada es casual, no lo es que en la India llamen marga (que
procede del sánscrito «contemplación y busca»)
al sendero que conduce al despertar personal, al autoconocimiento
final, la iluminación.
Nos encontramos, por tanto, ante un libro que es el testimonio
del despertar del antiguo temor reverencial de su autor, para
avanzar hacia el paisaje de la confianza en uno mismo y en el
mundo por virtud del amor; sobrecogedor amanecer que, como no
puede ser menos, se produce por la irrupción imparable
de la luminosidad: «Raíz que busca la oscuridad,
/ loco estuve. / Hoy soy el tallo / que crece hacia la luz, /
y por tu luz crece».
Sí, es ese cósmico instante de claridad que ya otros
experimentaron. Como recuerda Joseph Campbell: «Dante describió,
en su Vita nuova, este momento de iluminación, el momento
en el que contempló a Beatriz, el momento en que dejó
de ser un animal meramente humano y se convirtió en un
poeta se vio embargado por un éxtasis estético,
que es el principio de la vida espiritual. Como Dante nos dice
en los primeros pasajes de ese libro extraordinario: el espíritu
de mis ojos dijo: contemplas tu felicidad El
prestigio, las relaciones sociales y la seguridad son necesidades
[por tanto, entonces] que desaparecen. Beatriz estaba ubicada
en el extremo de un rayo misterioso procedente de las profundidades
del universo. Y cuando Dante siguió ese rayo, llegó
al asiento mismo del misterio del mundo ».
Así Alejandre, con poemas aparentemente simples (por su
cercanía verbal, por sus imágenes contemporáneas
que prefieren hablar de la versión «tres punto cero»
de uno mismo antes que del rancio nácar de los dientes
del amado), nos evoca la comunión con la íntima
naturaleza del que ha alcanzado la individuación: ver a
los demás y a uno mismo como lo que realmente somos, no
como los arquetipos que proyectamos en los demás (Jung).
Pero, insistamos, la sencillez de los versos de Alejandre es mero
espejismo apenas para el desatento. Crear lo sencillo es siempre
más difícil que acometer lo complejo, que se hace
demasiado a menudo por acumulación de excesos.
Cuando uno menos se lo espera
le ha nacido una costumbre,
la de ser feliz allá donde se aloja
aquel que fuimos y hoy resucitamos.
Eres mi desfibrilador, mi paliativo.
Mi pasado ya no es
ni un pecio de nostalgia, tú,
naufragadora lo has ahogado
en los unánimes sargazos del olvido
y todo es porvenir y es horizonte.
Alejandre se ha atrevido aquí a esa empresa del absoluto
que desdeña el juicio de los demás. Y por ello su
libro derrocha tanta autenticidad que incontables lectores podrán
identificarse con sus poemas y hacerlos propios. Más aún
porque, huyendo como acostumbra nuestro autor de lugares
comunes, arcaísmos e impostados cisnes de Leda (tan al
uso por jovencitas aspirantes fracasadas de antemano
al inquietante oficio de escritor), Jaime ahonda en su corazón
con un lenguaje actual desprovisto de autocensura.
Libro amparado bajo la cita que unos atribuyen a la nómada
del desierto, Isabelle Eberhardt (que también dejo dicho
« no hay que buscar la felicidad. Se la encuentra
por el camino »), otros a su hermano Agustín,
y bastantes a algún desconocido autor latino; libro, decimos,
en el que podemos asistir a la ofrenda de una olvidada sabiduría:
los elementos indispensables de una existencia, para que haya
vida y no muerte y destrucción, son el aire, el sueño,
el agua, el alimento. Y el amor. De todos ellos, no obstante,
se puede prescindir. La única consecuencia es que desechar
uno sólo de ellos conduce a la inexistencia. Cada uno tras
un período distinto de abstinencia. Sin aire morimos a
los cuatro o cinco minutos. Sin dormir, apenas se sobrevive cuatro
días. Sin beber se aguanta hasta una semana. En ayuno total
de alimentos, en huelga de hambre estricta, se puede resistir
un mes. Algunos incluso dos. Y sin amor hay quienes viven hasta
los cien años, pero no mueren de viejos, de enfermedad,
mueren de no haber amado.
Por eso Alejandre reivindica en su último libro la sencillez
de la vida común en el amor pero nunca desprovista de la
ilusión transformadora. «Un amor de película
/sin tomas falsas, / apenas con tomas verdaderas, /eso pido ».
Eso reclama Alejandre para sí, pero pidiéndolo en
sus versos lo que hace es ofrecérnoslo, invitarnos así
a todos a estar dispuestos a realizar la hazaña de quererse.
Porque amarse no es jamás don que se obtenga por añadidura.
Así lo demuestra este libro, dividido en dos partes que
más que complementarse se completan, cuyos título
componen una especie de palíndromo y calambur cargado de
intención y significado: «Quererme a ti»,
«Quererte a mí». Sí, es evidencia
empírica que aquel que no se ama a sí mismo, que
no acepta su propia naturaleza, que no se respeta, jamás
podrá llegar a amar a otros Sirvan, por tanto, los
poemas de este libro de guía para amar y acariciar, al
menos un instante, el territorio de la eternidad.
«Persiste una tenaz / fosforescencia en mi piel /cuando
te marchas » dice Alejandre y les auguro, lectores,
que también en ustedes persistirá la suerte de iluminación
especular que reflejan estos versos.
Alaska. Febrero 2016
Presentación de Jaime Alejandre
en el Aula Magna de la Facultad de Filología en Salamanca