1964,
Herreros de Suso (Ávila)
Me contaba mi padre que hubo un día,
cuando muy niño, que quería ser torero. En fin,
todos tenemos un pasado. Enseguida llegó la televisión
en color y todo en mí cambió.
También me decía que otras veces quería
ser agricultor, como él, hasta aquella ocasión
en que me llevó consigo a aventar el grano y el polvo
del trigo sobre la piel hizo que descubriese mi primera alergia.
Es evidente que se aprende mucho con la experiencia, aunque
yo no sé si acierto a llevarla a la poesía. Afortunadamente
los libros y sus palabras no me producían el dolor ajeno
que la sangre en el toro, ni el propio de un eczema en la piel.
Y así empezó todo.
Mi mundo es pequeño, muy pequeño. Y así
quiero que sea. He perdido mi currículum y no es este
el momento de recuperarlo, que no quiero avasallar. Sólo
diré que la palabra es el único oxigeno que conozco
para ahuyentar a mis fantasmas, no pocas veces para alimentarlos,
lo sé. Por eso escribo, desde que tengo una conciencia
cierta de que respirar es necesario, de que siento para vivir
y que lo que siento es el único testimonio que puede
recoger mi electro para decirme que estoy vivo.
Ocurre que a veces es muy poca la distancia entre la epidermis
y las entrañas. Y esta es la sangre de mi verso.
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