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Entrevistas: ELVIRA DAUDET
La poesía es una necesidad, un soplo que te derriba en el momento más inesperado, al que es imposible resistirse.
ELVIRA DAUDET

— En un chat de El Mundo, leí que fuiste una escritora precoz.
— Más que precoz, fui una escritora prematura, sin preparación alguna–no iba al colegio y mis padres se iban a trabajar temprano y regresaban por la noche-, mis maestros fueron los pocos libros que había en casa. Me fascinaban las palabras que definían desde la belleza de una puesta de sol hasta la más horrenda miseria, pero desconocía el significado de muchas de ellas, lo que me permitía jugar a deducir su secreto o sencillamente inventárselo para incorporarlas a mis pequeños escritos.

— ¿Escribías cuentos?
— Sí, pero no de hadas precisamente, sino las terribles historias que ocurrían en un barrio marginal de la posguerra. A los nueve años escribí mi primera novela El barrio, influida por Germinal de Zola. Fue mi primer contacto con la censura. No manca de lógica, pensé que si alguien que se quejaba continuamente era aprensivo, desaprensivo debía ser la persona animosa que nunca se quejaba. Llena de orgullo se la mostré a mamá que tras leer la primera línea: “Mi madre era una mujer desaprensiva y mi padre un perdedor”, me dio una bofetada y arrojó mi novela a la estufa. Su brutal reacción no logró que desistiera de escribir; yo ya estaba envenenada por la magia de las palabras.

— ¿Cuándo empezaste a escribir poesía?
— Descubrí la poesía en Sigüenza, la bella ciudad medieval que parece dormida en un sueño secular de piedra, como el propio Doncel. Tenía doce años cuando mi familia se trasladó allí. La ciudad me pareció irreal como un sueño, pura poesía Quizá fue por el hermoso Doncel, del que me enamoré al instante, o por las bellas ruinas del Castillo, del que sólo se mantenía enhiesto el torreón donde estuvo encarcelada doña Blanca de Navarra; en las noches de plenilunio, la luna se colaba por un boquete de la torre para visitar a la desdichada reina. Sigüenza, que desde algunos puntos precisos parece levitar, era también un sueño surrealista por la densidad de población eclesial: hay catedral, obispo, seminario, canónigos, varias parroquias y conventos de frailes y monjas. Los curas iban y venían continuamente por la calle Cardenal Mendoza del seminario a la catedral y viceversa, como un reguero de hormigas. Es sabido que el lenguaje de los sueños no es otro que la poesía.

— Y empezaste a escribir poesía.
— Sí, algo más tarde y como un recurso para evitar problemas. Luciano Varea, el primer escritor que conocí y mi maestro, fundó la revista Segontia y me invitó a colaboraren ella. Una airada frase que oí a una mujer:”Más vale vestir santos que desnudar borrachos” dio pie a mi primer artículo sobre el problema de las solteronas, derivado del aburrimiento de los jóvenes cuya única distracción eran los bares, a los que no estaba bien visto fueran las mujeres “decentes”. Creo recordar que se titulaba Nuestras hijas se quedan solteras, imagínate yo tenía 15 años. Se organizó tal escándalo, no sólo en el mundillo eclesial y sus beatas adjuntas, sino también en la población seglar, que decidí escribir poesía. En Sigüenza conocí también a Antonio Pérez, hombre de una avidez cultural sin límites. Aquel joven cabezón de ojos de miel tenía, en un estante de la tienda de su padre, todo un manifiesto poético: un tarro de cristal lleno de vilanos -que hace unos años reconocí en la extraordinaria Fundación que lleva su nombre en Cuenca-; ya no nos separamos en todo el verano. Él me deslumbró con Azul de Rubén Dario. Le perdí pronto, se marchó a trabajar en la formidable aventura cultural que fue Ruedo Ibérico. Y a Jesús Tomé, que fue como mi hermano mayor. Era claretiano, pequeño y trasparente como san Juan de la Cruz y, como él, un grandísimo poeta, que volcó toda su sensibilidad en mi formación.

— ¿ Seguías escribiendo poesía?
— A todas horas, en el pinar, en el colegio mientras explicaban matemáticas. A los 17 años me vine a estudiar a Madrid. Mi único objetivo era publicar un libro de poemas que traía bajo el brazo. Sabía por Antonio que los poetas se reunían en el Café Gijón. Era –soy- enormemente tímida e insegura, para disimular que era una chiquilla pueblerina decidí vestirme “elegantemente”. Pagué la residencia y el dinero restante (para libros, trasportes, bocadillos), me lo gasté en una falda negra de vuelo y una blusa ajustada de terciopelo rojo, con un gran escote a la espalda. Un collar de perlas hasta las rodilla y unos zapatos de tacones altísimos completaban mi “discreto” atuendo para presentarme , a la hora del café, a los ilustres poetas. Al girar la puerta oí un enorme guirigay, como si hablaran todos a gritos y a la vez. El cerillero me indicó la desbordada mesa de los poetas, y con las piernas temblorosas iba a dirigirme a ella, cuando de repente se hizo un silencio tan profundo que se podían oír los latidos de mi corazón. Sentí deseos de salir corriendo. Logré llegar a la mesa -donde estaban Gerardo Diego, Camilo J. Cela, García Nieto, Buero Vallejo, y un sanedrín de ancianos a los que no conocía- y con una voz que no reconocí dije: “Soy poeta, me llamo Elvira Daudet y vengo a publicar este libro de poesía”. Debí hacerles gracia. Me sonrieron con benevolencia, me hicieron sitio, y me aceptaron como una más. Con su ayuda, mi libro se publicó año y medio después. El primer mensaje era un libro muy ingenuo y pretencioso que comenzaba: ”Estoy pariendo el mundo/ y se me caen encima las estrellas”. A pesar de ello tuvo muy buenas críticas, me hicieron entrevistas en los periódicos, en RNE, y en TVE me entrevistaron al alimón Yale y Tico Medina. Ebria de éxito, y convencida de que era una fenómeno poético como Rimbaud , decidí irme a la conquista de París.

— Menudo salto: Sigüenza-Madrid-Paris; eras decidida.
— Sí, lo sigo siendo pese a los años. Allí, gracias a Claude Couffon, el hispanista que tradujo brillantemente a García Lorca, y Blas de Otero, conocí a Louis Aragón, Jean Paul Sastre, Nicolás Guillén; viví la bohemia, me casé y dejé de escribir poesía. Tal vez decepcionada, pues yo, que pensaba comerme el mundo, no me comí una rosca. En 1971, en mi mejor momento como periodista, un jurado compuesto por Dámaso Alonso, Luis Rosales, Emilio Alarcos, Gamallo Fierros y Antonio Gamoneda me dieron el premio Antonio González de Lama por el libro Crónicas de una tristeza. Y seguí entregada al apasionante y absorbente oficio del periodismo, sin dejar de escribir poesía.


Háblame de tus años de periodismo.
Me estrené como periodista en la agencia Fiel. El equipo humano lo componíamos el director, un redactor jefe, una secretaria y yo. Al mes me llamó el redactor jefe y y me despidió con un consejo: "búscate otro trabajo, no sirves para periodista". Fue un profeta: meses después entré en TVE, donde escribí, dirigí y presenté la serie sobre el raquítico mundo laboral feménino: Está llegando la mujer. Luego fui a Informaciones,Pueblo, ABC -allí rencontré al redactor jefe de Fiel; era redactor de mesa y mis entrevistas eran portada de Los Domindos de ABC-. Durante 36 añosdediquée mi vida al periodismo, oficio donde lo hice todo: cultura, reportajes,información política, internacional, enviada especial, corresponsal doble ante la Santa Sede y el Quirinal. Fui la primera corresponsal que dio la noticia del Compormiso Histórico de Enrico Berlinguer y del asesinato de Pier Paolo Pasolini; cubrí las masacres fascistas de la década de los setenta, el golpe de Estado fallido del príncipe negro Valerio Borghesse, la violencia de las Brigadas Rojas y el secuesstro y asesinato de Aldo Moro.

He leído que la entrevista es el género que prefieres.
Me apasiona ese "cuerpo a cuerpo" entre dos oponentes tan desiguales: uno grande, protegido en su fortaleza; el otro pequeño, sin más arma que su conocimiento del adversario para derribar defensas y avanzar a su encuentro. He tenido la suerte de entrevistar a los más grandes poetas y creadores del siglo XX (E. Evtushenko. P.P. Pasolini, A. Moravia, C.J.Cela, G. Torrente Ballester, J.M. Gironella, A.M. Matute, A.Buero Vallejo; a pintores como Dalí, Saura o Antonio López) a brillantes científicos y a algún idealista fin de raza como Pasionaria. Hombres y mujeres únicos, que con sus hallazgos afinaron nuestra conciencia y contribuyeron a aminorar la enfermedad, el dolor, la injusticia. También entrevisté a los más poderosos empresarios del país, a políticos. Y di voz a los más débiles, La Tarde de Madrid, el periódico que yo dirigía, entrevistó a la mujer de el Nani, que denunció la verdad de su desaparición y señaló a los policías culpables; cuando dirigí la revista Derechos Humanos saqué a portada la silueta reconocible de quien se escondía tras la X del Gal, ilustrando una información valiente y veraz.

Habrás tenido problemas.
Sí, muchos. Pero desdeñables comparados con las satisfacciones que tuve. El periodismo fue el premio gordo de la lotería para mí, me permitió viajar, conocer a los personajes más importantes de la época, además me pagaban por ello sin advertir que lo hubiera hecho gratis y pude sacer a mi familia adelante.

E inesperadamente, ya madura, publicas una novela.
Más que madura a punto de caer de la rama. Tenía la asignatura pendiente de crear mundos y personajes de ficción, pero sin salir de la realidad, que resultaran verosímiles. Las dos novelas que he publicado Orestes murió en La Habana y La Gioconda llora de madrugada lo han conseguido, al extremo de que todos los lectores identifican al protagonista de la primera y piensan que la desdichada Gioconda soy yo decidí escribirla en primera persona para darle voz a una mujer maltratada. Espero tener la misma fortuna cuando un editor valiente se atreva a publicar El nombre del padre, ésta sí con personajes reales, decisivos en nuestar vidas, y con sus nombres auténticos, sin dejar por ello de ser ficción.

Desde 1999, que publicaste Terrenal y marina, no has vuelto a publicar poesía. ¿Dejaste de escribir versos? 
No; siempre he escrito versos. La poesía es una necesidad, un soplo que te derriba en el momento más inesperado, al que es imposible resistirse. Sólo en un breve periodo en el que fui feliz no sentí esa necesidad. Pero la poesía es muy celosa y llevó mal mi entrega al periodismo, me dio la espalda. Tú conoces el difícil mundillo de los poetas y los editores de poesía. El año pasado, gracias al entusiasmo, la generosidad de Jaime Alejandre y sus Hazversidades poéticas la poesía ha vuelto a sonreirme.

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