En su libro "La civilización y la nada"
recurre al tema clásico del desprecio del mundo. ¿no
le ve solución? ¿no cree que el desprecio es un síntoma
de agonía? ¿Por qué esa huída de la realidad?
Separarse del mundo es una actitud humana que se
ha dado en todos los tiempos, con diversas excusas: hay quien se hizo
misionero y se fue a lejanas tierras, hay quien prefirió ser
eremita, enclaustrarse en un convento, ir al descubrimiento de América
o ser voluntario en la guerra de Grecia. Pasadas las primeras décadas
de vida en la que crees que el mundo puede cambiar, comprendes que
miles de años de civilización pesan demasiado; siguen
existiendo la inmensa mayoría de los males de milenios atrás,
aunque es cierto- la evolución de la tecnología
y la ciencia hace que el mundo sea más habitable, pero ello
no implica que la sociedad sea grata o incluso soportable, por ello
hay quien prefiere retirarse a cultivas su propio pedazo de huerta
la gran enseñanza que Voltaire nos dejó en Cándido-
y hablar con viejos amigos sabios, que generalmente son los libros,
o drogarse y dejar volar la imaginación y los sentidos, o recluirse
en los recuerdos o las fantasías. En mi caso la huida de la
realidad tiene que ver con unas expectativas desmesuradas; desde muy
niño amé por encima de todo la belleza, la inteligencia,
pensé que el hombre debe construir como si fuera
a vivir para siempre, y esa es una actitud que provoca un choque brutal
con la realidad. Algún tiempo piensas en intentar que todo
cambie, luego comprendes que no eres nadie para cambiar nada. Millones
de cerdos hozando en el fango no pueden equivocarse. No pretendo convencerles
de nada, no soy nadie, no hablo su mismo idioma. ¿Por qué
mis ideas son mejores que las suyas si ellos son felices así?
Los protagonistas de los dos relatos de La civilización
y la nada pensaron lo mismo y se alejaron de la piara. El problema
surge cuando esa civilización te persigue.
Usted es uno de esos pocos escritores que sabe provocar
con gracia y educación y encima escribe como los ángeles.
Usa esa postura, es decir, desde arriba, para situar a su narrador.
Hay tres posturas esenciales para narrar; a la altura
del protagonista, mirarle desde abajo, o desde arriba. Hay quien dice
que escribe conversando con el protagonista. En fin. Mirar desde abajo
al personaje es el planteamiento de El conde de Montecristo
o Cyrano de Bergerac, el personaje es tan inconmensurable
que incluso el narrador le mira desde abajo, no puede ponerse a su
altura. Me gustaría ser capaz de escribir así. Ramón
del Valle Inclán miraba a los personajes desde arriba, creo
que es la mejor opción para tener una visión de conjunto
de la realidad o la ficción que cuentas, ahora hay una tendencia
a entrometerse en la vida de los personajes, a comprenderlos, a ser
uno de ellos: El autor es omnipotente y debe mostrarlo, debe usar
todas las posibilidades del idioma, todos los recursos literarios,
y debe ver a sus protagonistas con lejanía. Puede comprender
sus errores, e incluso sentir simpatía por ellos, pero la obra
está por encima de todo ello. Creo que hay que escribir primero
para ti y después para que alguien, algún día,
en algún lugar, sienta vibrar dentro de sí lo que has
plasmado. Escribir desde los valores de la época y el punto
de vista de la época no ayuda a que la obra siga viva.
¿Sigue siendo decimonónico y afrancesado?
¿hemos avanzado en un siglo o si le pusiésemos delante
una máquina del tiempo se subiría sin dudarlo?
Vivo en la contradicción; de carácter, alma,
pensamiento: decimonónico; pero admiro los avances de la ciencia
y la técnica y los uso como puedo. Mi ideal sería recuperar
algunos valores decimonónicos (Sin olvidar que esos valores
solían pertenecer a unos pocos en realidad) y conjugarlos con
las posibilidades tecnológicas de la actualidad, pero comprendo
que es imposible. Considero obvio que la técnica ha matado
el tipo de vida que amaba. Pongamos algún ejemplo; la fidelidad
no muere por cuestiones morales, sino tecnológicas, el tren,
el avión te permiten salir de tu ciudad de provincias y volver
cuando quieras, ya no estás bajo el jurado de 50.000 pares
de ojos, sino que te puede mover por el mundo; los anticonceptivos
han hecho más por la pérdida de la fidelidad en las
parejas que cualquier desgana religiosa. El mundo no ha cambiado por
la pérdida de influencia de las religiones, sino porque la
luz eléctrica te permite vivir de noche, porque la medicina
te permite hacer excesos que antes no podías, porque vives
en un punto del planeta y al mismo tiempo vives en todos. Eso te da
una libertad absoluta y no sabemos qué hacer con tanta libertad.
El máximo ejemplo es el de la liberación femenina; ahora
somos todos iguales, hay más homosexuales que nunca y más
parejas que se rompen. ¿Queríais ser iguales? Felicidades,
lo habéis conseguido. Pero nadie sabe cómo afrontar
esta nueva época, ni los que creen saberlo. Otro ejemplo es
la economía asiática; podemos tener cualquier cosa gracias
a sus bajos costes de producción, pronto cobraremos menos que
ellos si queremos trabajar. Lo que hace agradable el mundo actual
impide el mundo que me gusta, el del S.XIX, el de los primeros 40
años del siglo XX.
Hay muchos sueños que se pierden con los años,
pero muchos otros que se afianzan. Cuáles son los suyos.
He perdido mis sueños. No espero nada. No llegaré
a hacer nada de lo que pensaba. Dejé de creer en lo que creía.
Sólo espero que el descenso no sea demasiado cruel.
Le considero un prodigio de la naturaleza: aparte de su
oficio de escritor, es gestor cultural, periodista y dueño
de la primera editorial independiente de españa "Ediciones
Irreverentes" y padre de familia numerosa. ¿Cómo
lo consigue?
No soy un prodigio. He dejado de ser yo y soy un poco de todo
eso. Me echo de menos. No me encuentro. Agradezco la oportunidad de
ser lo que soy, pero me gustaría tener algún momento
para ser yo. Si mi ser tuvo una esencia de algún tipo ya no
está.
Pero ha sido escritor toda la vida, no lo puede negar
Comencé a escribir cuentos con cinco años.
Al parecer desde los dos años me dormía teniendo entre
las manos un tebeo o un libro, obligatoriamente. En la adolescencia,
mientras otros se dedicaban a perseguir a las chicas del barrio y
se preparaban para su futuro lumpemproletario yo me dedicaba a leer
libros impropios para mi edad en las vacaciones de verano leída
al menos dos libros por día, hay muchos libros que he leído
al menos cinco veces- iba al teatro, veía muchísimo
cine, pintaba, estudiaba música y escribía sin parar.
Estaba encauzado a la cultura. Escogí periodismo como carrera
por error y cuando acabé el doctorado ya estaba convencido
de que el periodismo no me interesaba y que quería ser escritor.
Ser novelista, ensayista, dramaturgo
Ahora casi no escribo,
leo los libros de los autores que llegan a Ediciones
Irreverentes. Estoy tumbado en mi sarcófago con papeles,
pensando que algún día debería levantarme, pero
no sé cómo.
-Supongamos que la Tierra se hunde bajo el mar gracias al interés
de la Humanidad en provocar el cambio climático ¿Qué
preservaría?
No creo en el cambio climático. No creo en el fin del
mundo, ni en el Apocalipsis, ni en el armagegdon. Las profecías
mayas del 2012 me la traen al pairo. Los intereses personales de ese
fracasado en política que es Al Gore me dan igual. Las grandes
empresas mueven demasiados miles de millones de euros con la historia
del cambio climático como para creer lo que cuentan. He pasado
en mi vida la crisis de los misiles, el miedo a las explosiones de
las centrales nucleares, cuando era niño había sectas
que decían que el mundo se iba a acabar en 1975, pasé
por el miedo planetario al fin del petróleo, la guerra de Irak
iba a expandirse por el planeta por el fanatismo musulmán,
el mundo se iba a acabar en el 2000, o al menos , se estropearían
todos los ordenadores, he pasado la peste porcina, la gripe del pollo,
las vacas locas, la gripe A, todas las terribles pandemias con las
que no asustaban esos siervos que son los políticos y los
medios de comunicación,
y a cada miedo que se le vendía
al planeta, había muchos hijos de puta que ganaban dinero y
poder. Ni creo en el cambio climático, ni en el fin del mundo
en 2012, ni en la democracia. He dejado de creer. Si acaso pienso
que el Réquiem de Mozart seguirá sonando cuando explote
el universo, si es que explota.
-Le han comparado con Juvenal, Francisco de Quevedo, Ramón
del Valle Inclán, Boris Vian
Representantes del mundo
de la cultura han coincidido en que será un clásico.
¿Qué opina?
De Juvenal, Quevedo y Bocaccio aprendí la ironía;
de Ramón del Valle Inclán, Villiers y Barbey dAurevilly
aprendí cómo se puede escribir; de Rostand y Dumas aprendí
lo grande que puede ser un personaje; de Boris Vian la importancia
del impacto en la literatura. Soy hijo de todo ellos, pero también
de mis padres, de mi barrio, de mi época, de las modas de pensamiento,
de mis errores
no sé si lo que me ha formado he sabido
transmitirlo a mis escritos. Procuró que cada relato tenga
una segunda lectura, que sea como el buen armagnac, que deje un sabor
de larga duración en las papilas gustativas. Pero no sé
si lo logro. Ha habido bastantes lectores que se han puesto en contacto
conmigo para decirme cosas bonitas; se lo agradezco, es la única
pista que tengo sobre mi obra.
¿Por qué publicó en Cuadernos del Laberinto?
La idea de Alicia Arés de hacer un libro pequeño,
bonito, concentrado, me subyugó. Contamos con el lujo de las
ilustraciones de Marcela Böhm. Era un producto en el que todo
resultaba necesario, la forma del libro, el prólogo, que fueran
esos dos relatos, las ilustraciones, incluso la fecha de impresión.
Hicimos sólo 69 ejemplares para coleccionistas muy amantes.
Cuando Alicia me ha propuesto reimprimir me he negado. La gracia es
que sea un vino viejo para poquísimos paladares selectos. Estoy
dispuesto a cualquier otro proyecto, Pero estos 69 ejemplares han
de ser inmutables. Es uno de esos pocos lujso que te permite la vida.