1946, Manzanares (Ciudad Real).
De estirpe campesina, vive de cerca los problemas y peculiaridades
de un trabajo duro, laborioso, mal pagado y peor visto; circunstancias
que recogió en su poemario Huellas, (Ediciones Cantahueso,
2000) y en Desde el hondo lagar de la memoria (C.R.D.O. Mancha,
1999).
Calero se asoma a la poesía de la mano de su primer maestro
de escuela, aficionado a recitar poemas, creando en su alma
infantil un deseo de emular aquella forma mágica de describir
hechos y vivencias que ya no abandonará nunca.
Sin terminar sus estudios de bachillerato, cuando los Institutos
se llamaban de Formación Profesional, se coloca de aprendiz
en un establecimiento de telas de su localidad. Oficio que le
agrada, y al que debe toda su proyección como profesional,
pasando a regentar un comercio de tejidos de su propiedad, en
el que subsiste después de cuarenta años.
Durante esta dilatada etapa la poesía aparece y desaparece
en su vida como un fértil Guadiana, no en vano es de
la tierra por donde aquel rio corre con desigual fortuna.
Ha recibido multitud de premios literarios entre los que destacamos
el Premio Barcelona de Poesía J.A. Goytisolo, el Certamen
Internacional de Poesía Mística Malagón
o el 2º premio Sexto Continente de Poesía Amorosa.
Es Cofundador del Grupo Literario Azuery Cofundador y colaborador
de la Revista Literaria Calicanto.
En Cuadernos del Laberinto ha publicado ¿Y
quién es el que canta?, y ha participado en la antología
AMOR.
Poesía amorosa contemporánea
Acaso el trabalenguas memoria
de una infancia perdida en los arcanos era algo más que una simple
dificultad. Acaso esa palabra tan difícil y a la vez tan atrayente era
la incertidumbre del inicio. El cielo era en principio un lugar para estar,
y no de todos. Sólo de quienes fueran capaces de salvar la dificultad
del trabalenguas léase pasar por la vida sorteando los escollos
de la tentación en sus múltiples disfraces. Al cielo
iban los mártires, los santos, apréciese que son mucho
más los santos que las santas, los mansos de corazón, los
cumplidores de arcaicos preceptos. Porque el cielo era un cajón de sastre al
que iban a parar las cosas que ya no tenían cabida en la tierra. |