Nací en Madrid, hace ya más
años de los que quisiera. Las vivencias que me han marcado
ocurrieron fundamentalmente aquí, en esta ciudad invivible
e insustituible según palabras de Joaquín
Sabinay también en Sigüenza (Guadalajara),
que me acogió en verano cuando todavía no sabía
andar y a donde sigo volviendo porque siempre se vuelve al lugar
del crimen. Y allí he perpetrado algunos crímenes
y otros los he sufrido en mis carnes.
La poesía me salvó la vida tras la muerte de mi
hijo Jaime en el 92. Poner en palabras el dolor constituyó
la mejor terapia. Quizá por eso, mi poesía en
general, aunque con alguna escasa excepción, destila
tristeza y frustración.
Premio «Carmen Conde» 1998 y Premio «Blas
de Otero» 2010.
En Cuadernos del Laberinto ha publicado Plantas
de interior y Hazversidades
poéticas, y ha participado en la Antología
de poetas contemporáneas ENÉSIMA HOJA y en
AMOR,
Poesía amorosa contemporánea
TARDE DE PRIMAVERA Yo lo vi ayer, a la hora en que la tarde se remansa y
los ejecutivos se aflojan la corbata en la barra del bar.
Tenía
el aire color de retirada, una cierta fatiga de lunes que agoniza entre
los algodones de un barrio moderadamente rico.
Nadie los vio llegar
aunque estaban muy cerca de las terrazas y de los gin-tonics, tan sólo
separados por la alambrada cruel de la miseria.
Pero estaban allí
y sabían la hora que marcaba su estómago cuando dos empleados
de una gran superficie sacaron a la calle los desechos del día, poco
antes de colgar el cartel de cerrado.
Un enjambre de hambrientos cayó
sobre los cubos y estalló la violencia de los pobres; a puras dentelladas
se agredían como depredadores en la selva, sin distinción
de edades ni de sexos.
Rodaron por el suelo los yogures con la fecha
pasada, las barras de pan duro y algunos tetrabricks que rezumaban leche
sin grasa y zumo de pomelo.
Esto ha ocurrido aquí, en el anochecer de
un barrio moderadamente rico una tarde que olía a primavera.
El
hielo de mi copa se derritió de culpa en un instante. |